sábado, 23 de abril de 2016

Presencia en Madrid de Cervantes, a los cuatro siglos de su muerte

Cuando se cumplen, esta madrugada, cuatro siglos de la muerte en Madrid de Miguel de Cervantes Saavedra, el recuerdo que la ciudad guarda de él es doblemente agridulce. Una calle con su nombre en el barrio de las Letras;
un monumental grupo escultórico en la plaza de España; tres estatuas efigiadas, en la plaza de las Cortes, en la avenida de Arcentales y en el Paseo de Recoletos sobre la escalinata de acceso a la Biblioteca Nacional; tres lápidas dedicadas a su figura, dos en la fachada del convento de las Trinitarias y otra en la calle de Atocha la sede de la institución emblema de la lengua española, el Instituto Cervantes de la calle del Barquillo; el nombre de varios centros escolares y, una cierta documentación sobre su limpieza de sangre y otros manuscritos –solo se conservan 11- depositados en el Archivo Notarial de Protocolos de la calle de Alberto Bosch. Todos esos hitos dan fe tangible y grata de su memoria en Madrid. Pero algunos episodios de la vida del escritor, también aquí acaecidos, permiten pensar que la relación del novelista universal con esta Corte hubo de ser no únicamente gozosa.


Miguel de Cervantes llegó a Madrid en su mocedad –se cree que a sus 18 años- desde su Alcalá de Henares natal, donde había nacido en septiembre de 1547. Hijo de un cirujano, Rodrigo y de Leonor de Cortinas, oriunda de Arganda del Rey, nieto de un licenciado y ayudante de corregidor complutense, Juan, vivió en la alcalaína calle de la Imagen, donde hoy se alza la casa de Cervantes.

De niño viajó con su familia a Valladolid. Ya en Madrid, fue alumno ocasional de los jesuitas y discípulo del humanista Juan López de Hoyos en su seminario particular para adultos, estudio que hoy se hallaría en la cuesta que sube a Mayor desde la calle de Segovia. El joven Miguel se adentraría pronto en el mundo literario con un poema escrito a la muerte de la tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois, cuyos versos fueron loados por López de Hoyos.

Junto a Bartolomé de Las Casas

Otro episodio de su juventud, hasta ahora poco conocido, acreditado por la Orden de Predicadores, los dominicos, sitúa al joven Miguel de Cervantes en 1567 junto al lecho de muerte donde agoniza fray Bartolomé de las Casas, apóstol de los indígenas americanos, en un convento contiguo a la hoy basílica de Nuestra Señora de Atocha. Secreto admirador de Erasmo, conmovido por el ejemplo de aquel titán obispo de Chiapas que tuvo la audacia de enfrentarse a los crueles y poderosos virreyes que sojuzgaban a los nativos americanos, el futuro Príncipe de las Letras extrajo de aquel ejemplo de desigual combate algunos de los mimbres con los cuales construiría su personaje universal, Don Quijote de La Mancha, enfrentado asimismo a poderosos y feroces gigantes. Sería precisamente su personaje el que eclipsaría, por solapamiento, la propia figura del escritor, poco conocida y mucho más baqueteada aún por la vida que la sufrida por sus creaciones literarias.

El primero de los episodios cervantinos, madrileños e ingratos, trató de un incidente con armas coprotagonizado por un Cervantes mozo, en el cual hirió en duelo con espada a un tal Antonio de Segura, maestro de obras. Ante la amenaza de perder una mano por su delito, aquel hecho determinaría el autoexilio del joven a Italia, su enrolamiento allí en los Tercios y al poco, en la Armada que iría a guerrear a Lepanto en octubre de 1571, aquella “más grande ocasión que vieron los siglos”. Allí recibió heridas de arcabuz en el esternón y en la mano zurda. Convaleciente seis meses en Messina, de regreso a España, con cartas de recomendación de su jefe Don Juan de Austria, sería apresado junto con su hermano Rodrigo por piratas turcos. No se sabe a ciencia cierta si fueron capturados frente a Cadaqués o en el Golfo de León, ya que en tiempos del rey de Francia Francisco I, el puerto de Tolón era fondeadero de bajeles turcos. Sufriría pues Cervantes un cautiverio argelino de cinco años, en los cuales protagonizó otros tantos intentos de fuga masiva de presos españoles de los que valientemente se declararía responsable.

Amoríos madrileños

Salvado por intercesión de su madre, que recaudó gran parte del cuantioso rescate exigido por sus captores de Argel, y por mediación de los religiosos mercedarios y trinitarios, Miguel regresó a Madrid con la ilusión de viajar a América y hacer carrera como poeta y dramaturgo. No consiguió cruzar el Atlántico. Sin embargo, en el ambiente de corralas y teatrillos de Madrid Cervantes escribía con ahínco y llegó a ser feliz, tanto, que allí cosecharía algunos amoríos, como el de Ana Villafranca -mujer de un tal Suárez, tabernero- que ampliarían su estirpe: se sabe que en 1584 tuvieron una hija, llamada Isabel, a la que algunas fuentes atribuyen haber profesado en el convento trinitario de la calle de Cantarranas, donde su padre dispusiera ser enterrado. Casado con Catalina de Salazar en la manchega villa de Esquivias, Cervantes y su esposa llevarían una distante vida matrimonial, sin prole.

Se especula sobre la posibilidad de que la amistad de Cervantes con un testigo directo del asesinato en clave política de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria -padrino militar de Cervantes- resultara ser determinante de su errante vagar hacia destinos oficiales distintos como el de cobrador de impuestos por la Alcarria o el de recaudador de abastos en Andalucía para la Gran Armada contra Inglaterra, con estadías en prisión.

El enigma del apellido Saavedra

Otro enigma se cierne sobre su segundo apellido: Saavedra. No era el de su madre, Leonor de Cortinas, con arraigo familiar en la localidad agrícola madrileña de Arganda del Rey –los abuelos maternos de Cervantes fueron enterrados en la iglesia local de San Juan Bautista-, sino el de un linaje gallego, lucense, que tuvo en varios enclaves norteños castillos que fueron arrasados por las huestes de los Reyes Católicos durante la centralización impuesta a sangre y fuego contra nobles locales levantiscos. Entre ellos se ha creído ver los verdaderos ancestros de Cervantes, cuyo apellido inicial, luego camuflado por éste cervantino -propio de una aldea de Lugo-, sería el de Saavedra. Traducido como río de piedra, sugiere la calzada romana. La sorpresa está en que todos los tratados de Heráldica y Genealogía, desde el siglo XVI al XIX, señalan que Saavedra y Sotomayor fueron los dos únicos linajes hispanos emparentados con estirpe imperial romana.

¿Por qué Cervantes decide en Madrid firmar en 1605 su obra universal sobre el hidalgo manchego con el de Saavedra como segundo apellido? Tiempos aquellos en los que los artistas, pintores como Velázquez, literatos como Lope y muchos otros, buscan ennoblecerse o acreditarse en la Corte madrileña como caballeros de Santiago, de Alcántara, Montesa…¿Pretendió Cervantes, con fina sorna, esgrimir el supuesto abolengo romano-imperial de su linaje para acallar a sus pares e ironizar sobre la conducta de sus congéneres de la pluma, tan aplicados a conseguir fatuos créditos de nobleza? Muy posiblemente, ya que el monarca al cual la legendaria Heráldica le emparentaba era, ni más ni menos, que… ¡Calígula!

Diabetes hidropésica

El más adverso de los episodios vividos en Madrid por Cervantes fue el de su propia muerte, aquel 22 de abril de 1616, a los 68 años de edad, de una diabetes hidropésica, seguida de su entierro en el convento de las Trinitarias. En él sus restos, localizados la pasada primavera junto con los de 16 personas más por un equipo científico multidisciplinar dirigido por el forense Francisco Etxeverría, reposan desde entonces en la cripta conventual, analizada con georradar por el técnico Luis Avial bajo la supervisión documental del historiador Francisco José Marín Perellón. Hoy se sigue laborando en la hechura de su perfil genético, “una especie de código de barras vital”, asegura el forense vasco.

TRIBUTO DE ALCALÁ A SU HIJO MÁS EGREGIO
R. F., ALCALÁ DE HENARES
Durante décadas, distintas villas, ciudades y comarcas españolas se han disputado el nacimiento de Miguel de Cervantes, desde la manchega Alcázar de San Juan a la zamorana comarca de Sanabria o, incluso, a Cataluña. Tales hipótesis proliferaron tiempo atrás por la falta de documentación solvente al respecto. Pero en Alcalá de Henares, las dudas se han visto definitivamente disipadas. Así lo atestigua documentalmente Vicente Sánchez Moltó, historiador local y cronista alcalaíno. En los próximos días saldrá a la luz su biografía “Miguel de Cerbantes natural de Alalá de Henares..”, donde da fundada cuenta de la llegada de sus abuelos en 1508, el nacimiento de su padre, Rodrigo, un año después, del natalicio allí del escritor universal en 1547 y su bautizo en la iglesia de Santa María la Mayor, con prueba escrita. Allí se conserva la pila bautismal, restaurada, que aún mantiene bloques de granito originales del hito de caliza donde fuera bautizado. “Por cierto, en 1947, cuando se restauró la iglesia con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, un sillar de la pila original fue regalado a Francisco Franco: no sabemos dónde fue a parar”, explica.

Sánchez Moltó no admite duda sobre el nacimiento del escritor universal en la ciudad complutense. Despliega un repertorio argumental que va desde los documentos de titularidad sobre la casa de la Calzonera hasta la casa natal de la calle Mayor, propiedades documentadas ambas como de su familia; y se extiende a la vida, priorato y entierro, en el convento carmelita de la Imagen, de la hermana de Miguel, la religiosa Luisa de Belén, recordada en una lápida junto a otra que evoca la presencia allí de Teresa de Jesús.

Tras acopiar todas las citas referidas a Alcalá de Henares que surgen en las obras cervantinas, desde La Galatea –que se imprime en Alcala en 1585- hasta El Ingenioso hidalgo… Sánchez Moltó detalla una de aquellas que únicamente cabe atribuir a alguien que conoce en profundidad la historia de la villa del Henares: “Se refiere a la leyenda del moro Muza Araque y al Jebel Tarik, ese cerro trapezoidal que corona Alcalá de Henares surcado por el camino de Zulema, que lleva hasta Arganda del Rey de donde procedía la familia materna de Cervantes”. Según el historiador complutense, “la leyenda asegura que a ese mismo cerro fue a parar la Mesa de Salomón, tomada por el emperador Tito de Jerusalén, llevada a Roma y rescatada de los bárbaros, para ser enviada hasta Toledo y de allí a la colina complutense”. La última visita de Cervantes a Alcalá fue en 1613, tres años antes de su muerte. Una década antes, dos compañías de teatro habían representado obras suyas en la corrala de la plaza que hoy lleva su nombre.